Atrás, me quedo

Las decisiones que afectan a tu vida no son sólo tuyas. Y hay momentos en que te encuentras con situaciones en las que nada puedes hacer. Únicamente te queda la aceptación, la resignación y el respeto. Porque la libertad siempre es compartida. Nunca se posee al cien por cien. Se cree que se tiene hasta que la necesitas y te das cuenta que jamás la tuviste. Porque no somos más que piezas de un puzle llamado vida. Y es la vida la que me lo pone difícil cada día, con sus acertijos, con sus pruebas absurdas, con su manía estéril por que aprenda de la experiencia, con sus obstáculos que pretende que salte… Y es que estoy tan harta de sus estúpidos juegos, que me planto. Dejo de pensar, dejo de adivinar lo que el oráculo tiene predeterminado… Si tengo destino, él hará la faena por mí. Si es la providencia, que la haga dios por mí. Si es hado, dejo en manos de la racionalidad del cosmos mi vida.

Me duele tener que renunciar a una persona muy especial, auténtica, genial, que por arte de magia me entiende, me conoce, comparte el mismo humor… en tan sólo unos cuantos días y no digo meses. Su racionalidad funcional la entiendo, entiendo su sentido común, también su decisión, pero no deja de dolerme. La comprensión no reduce mis penas, aún las agrava más.

Pero la amistad es ayudar al otro a ser feliz, a que no sufra, a entenderle y si es necesario a alejarse. Y me alejo de él, pues él lo quiere. Aunque me duela, no puedo ser egoísta y debo dejarle marchar. Aún así, estaré al otro lado de la pared, siempre. Se mude o no. Salga del país o no.

Me guardo la amistad en un cofre, para cuando la quiera disfrutar. Es suya, aunque ahora huya de ella. Aquí la tendrá siempre.